Los cuadros de Carlos Alberto Montefusco tienen alma. La naturaleza que lo rodea queda plasmada en sus creaciones, y en ese sentido, el campo alcanza predicamento. Una temática con variada paleta de referencias criollas, donde el hombre y el caballo se enlazan casi en una perpetua comunión. Una escena matizada, entonces, por sus criaturas, humanas o animales, expresadas en los sutiles trazos que deja el pincel sobre la tela. Montefusco, con su estilo propio, es un continuador de esa senda labrada por la sensibilidad de grandes pintores costumbristas que tuvo nuestro país, como Mauricio Rugendas, Prilidiano Pueyrredón, Elodoro Marenco o Florencio Molina Campos.
Las obras del artista nacido un 25 de diciembre de 1964 en el barrio de Crucecita, partido de Avellaneda, cerca del río color de león, representan nuestra cultura, en relación con el medio natural, nuestros orígenes indios y criollos, el paisaje y su vida silvestre. Hoy miércoles 31, quedará inaugurada una muestra que recorrerá algunos de los trabajos realizados para ilustrar el Martín Fierro, de José Hernández, una de las obras literarias más importantes de nuestro país. Montefusco fue convocado en el 2015 por el diario La Nación, y tras aceptar gustoso el desafío, sus obras aparecieron en entregas semanales hasta completar 32 fascículos.


La exposición quedará abierta esta tarde, a las 18:00 horas, en la Galería de Arte de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (Ruta Provincial 4 y Juan XXIII). La misma podrá ser visitada de lunes a sábados, en el horario de 8 a 20, y estará abierta hasta el 30 de junio. A su vez, está coincidiendo con los 30 años de Montefusco transitando el camino creativo. Esas tres décadas transcurridas desde su primera muestra en Tandil, en 1993.
Los comienzos: «Yo me siento un contador de historias, y como no se me dio el canto ni la guitarra, y sí el dibujo, empecé a hacerlo a través del lápiz, y despu´´es con los colores. Eso pasaba desde muy chico, me gustaba contarle historias a mi tío abuelo, estaba solo, y la gente no se le acercaba mucho. Él disfrutaba que le contara situaciones de mi edad. Con el tiempo, empecé a notar que mis dibujos, y mis pinturas, llamaban la atención, atraían a la gente. Entonces comencé a divertirme regalando dibujos, regalando una sonrisa con un humor sencillo e inocente, eso que se transmitía con aquellos primeros bosquejos. Con los años conocí al ´pintor costumbrista Gustavo Solari, me presentó en las galerías de arte, y me di cuenta qué, además, podía vivir de eso. Fue entonces que dejé mi profesión de ingeniero zootecnista, que me había permitido conocer el campo y sus costumbres, y empecé a contar las historias de lo que me rodeaba. De la gente que conocía, de las anécdotas que me contaban, de las vivencias propias, y a su vez incorporaba a los animales; siempre me gustaron, como también las plantas. En realidad, la naturaleza toda, el paisaje. También creció mi interés por la historia, soy fruto de inmigrantes recientes, mis abuelos ucranianos llegaron a la Argentina en los comienzos de la década del ’30, al poco tiempo nació mi mamá, mientras mi papá vino directamente de Italia, después de la Segunda Guerra. Entonces, quería enraizar, conectar con mi país, y la mejor manera era conocer su historia, su origen. Ahí fue donde conocí al gaucho, al indio, la épica, los tiempos de los fortines, la gesta sanmartiniana, como también la de Belgrano o Güemes. Así me fue convocando, me atrapó, sentí que debía ser un embajador de todo eso ya que notaba la falta de información que tenía la gente sobre estos temas, que eran tan propios, pero a la vez tan lejanos, producto de que la neblina del tiempo los había borroneado, o hecho desaparecer en algunos casos».


Las sensaciones: «Empecé a pintar, y bueno, llegué a estos 30 años, plenos, felices, en los que descubrí que lo que más quiere la gente es verse reflejada en sus artistas. Y eso es lo que trato de hacer día a día, contar la historia de la gente que me rodea, de nuestros antepasados, de nuestra Nación. Y si puedo aportar con mi pintura un poquito de conocimiento para que sientan orgullo, autorespeto y dignidad, yo estoy bien pagado. Y a pesar de todo este tiempo transcurrido, no he perdido ese placer y ese gusto de hacer sonreír a la gente con mis historias, pintadas o escritas».
Los referentes: «Esa vocación por transmitir y hacer sonreír a la gente surgió a través de la obra del maestro Florencio Molina Campos. No lo conocí personalmente, murió antes de que yo naciera, pero sí descubrí en esos almanaques un faro, una guía. Ha sido una gran influencia artística, como también lo fue Antonio Berni, otro gran contador de historias de nuestra gente. Principalmente en el estilo de dibujo y de pintura. Luego llegarían los pintores de los siglos 18 y 19, las obras de los pintores del oeste americano, como Frederic Remington y Charles Marion Russell, y de nuestro Elodoro Marenco. Todos ellos también aportaron de forma decisiva a mi trabajo».



El Martín Fierro: «En un momento pensé ¡qué lindo sería ilustrar el Martín Fierro a mi gusto, plasmar rostros de gente que conozco y que imagino podrían haber sido los personajes de la obra!. Y fue así que consulté a varias personas si querían participar, y todas respondieron afirmativamente. Los transformé en Picardía, el hijo mayor, el hijo menor, en Cruz, en la viuda, en el cura, en Vizcacha, en Fierro mismo. Todos ellos están en las ilustraciones de una edición que tuve la suerte de acompañar con mi trabajo, un trabajo arduo, que llevó un año, pero siempre sintiendo paz y alegría en mi corazón. En esta muestra por los 30 años estaré presentando algunos de los trabajos originales que están en el libro de La Nación. Obviamente no pueden ser todos, ya que son unos 600. Será la primera vez que los expongo. Ha sido una de las tareas más importantes que realicé en todo este tiempo».




