Por Josefina Provazza
A los cinco años me pareció ver un conejo blanco esconderse detrás de mi casa. Seguro fue después de leer Alicia. Me hubiera gustado ser como ella, y que se abra un agujero hacia un mundo de aventuras. Hay que reconocerle a los niños esa exclusiva insistencia de jugar a ser otros. Super héroe, princesa, policía. Ser cazador y cazado a la vez. Pescar tiburones en la pileta y empollar huevos de dinosaurios.
La salud en la infancia es como ser un mini actor sin cámaras. Una esponja de intentos fallidos. En cambio, en la adultez, el bienestar seria afirmarse en un lugar, un nombre, un título. Así nos aprendemos la letra y nos creemos el personaje. Como si el final de la obra consistiera en morir con el mejor disfraz: soy de esta manera, puedo hacer esto y ahora voy a dejar que el próximo lo descubra.
Ahora con más de treinta años ya no veo conejos, pero tengo un reloj y un teléfono en mi bolsillo al que miro sin parar. Siempre llegando tarde y con temor de que me corten la cabeza. Pasé de querer ser como Alicia al mismo asustadizo conejo blanco, el que solo obedece y no sabe ni a quien. Sin importar quienes me siguen atrás ni a qué mundo los arrastro. Me da miedo seguir así y en lo que pueda convertirme. Quizás en la reina misma, esa que corta cabezas alienada de la suya.
Pero tengo que recordar que solo se trata de un cuento. La hora del almuerzo, del colegio y el trabajo me devuelven a la vida real, junto a mis títulos y posibilidades.
Ahora me la imagino a Alicia metida acá en el teléfono, entre el chat de mamis, olvidando transferir plata para el cumpleaños de la seño. Me la imagino docente, transitando su quinta licencia psiquiátrica. No hace deporte ni va al gimnasio. Envidiando por TikTok cuerpos y vidas hegemónicas mientras se dice que ella no tiene esa suerte. Sería pésima estacionando el auto, se le vence la factura del agua, se olvida la contraseña del home banking, la del correo, se queja que todo pida un código de ingreso. No creo que el usuario de Instagram sea conejo blanco, ni sombrerero. Alicia olvidó todo su viaje al país de las maravillas. La hermana le advirtió que deje de contar esas historias porque asustaba a las personas. Me pregunto cómo se las arreglaría para tirar un poco de magia a ese infierno. ¿Borrarías tus facciones con un cirujano? ¿Obedecerías modas? ¿Odiarías envejecer? ¿Qué tanto te deformarías Alicia? ¿Naufragarías como todos en ese mar de nada?
Alicia mira al conejo pasar y no lo sigue porque está cansada, tiene muchas cosas que hacer.
Prefiero verla toda vestida de negro, llena de tatuajes y al borde de lo ilegal. Una Alicia dark, bien enojada y de luto, que rompa todo. Esa imagen me tranquiliza más.
Hace unos días leí un artículo que afirmaba que Alicia en este siglo sería diagnosticada de esquizofrenia paranoide. Mencionaba a su creador, un matemático llamado Lewis Carroll. Decía que Alicia nació cuando el escritor inventaba historias a sus hijas para entretenerlas durante un viaje en barco. A ellas les gustaba tanto que hizo un libro.
Ahora creo que me gustaría ser más como Lewis Carrol.
Seguí buscando información. Según otras fuentes, ese no era su verdadero nombre. Nunca tuvo hijos, y Alicia fue una nena de quien enamoro y quiso casarse. Además de contar cuentos infantiles le gustaba retratar a sus oyentes desnudas. Como si fuera poco también fue acusado de ser Jack el destripador, y de esconder sus crímenes en códigos secretos dentro de sus obras.
Mejor tampoco como él.
Al final. Solo queda la imaginación. No existe mejor disfraz.