El Papa, el Tarot y un Milagro: Mi encuentro inesperado con Francisco

Un libro sobre tarot, una bandera pintada con fe y un encuentro inesperado con el Papa Francisco. La autora relata un viaje milagroso y un diálogo personal que superó sus sueños.

La primera vez que vi a Jorge Bergoglio fue justo después de haber escuchado que el “Arzobispo de Buenos Aires” nos daría los títulos a quienes habíamos sido distinguidos.

Acababa de terminar mi carrera de Letras en la Universidad y había una distinción para mí por el desempeño académico.

Era una de esas ceremonias que yo, francamente, no disfrutaba. Era mi deber estar ahí, no obstante. Porque, ¿a quién podía ocurrírsele hacer esfuerzos durante años y luego indisponerse justo cuando llegaba la recompensa? Pero si a mí me fastidiaba una ceremonia semejante, no quiero imaginar lo que sería para él. Pura formalidad, una triste obligación protocolar.

Igual, lo vi soportar las horas que duró, sin hacer un solo gesto de fastidio. Era un hombre mediano, delgado, de cara larga… Estaba vestido de sotana, con un hábito negro, de jesuita riguroso, que resaltaba su delgadez y también su seriedad… Entonces, yo desconocía que él no era lo que parecía: y que lo ceremonioso no le era afín.  Para nada.

Y no lo supe hasta que volví a verlo. Estaba destinada a sorprenderme.

En 2013 se publicó mi primer libro, que había sido seleccionado en un Premio Internacional. Era una novela sobre el tarot, el conjunto de cartas que se usan como oráculo en la cultura popular, pero visto desde una perspectiva católica. Cada capítulo desplegaba el valor de una carta de las veintidós principales, mientras se contaba la historia. El libro hablaba de estas cuestiones mientras contaba cómo las cartas habían pasado de mano en mano hasta nuestros días, según la más absoluta fantasía.

Le mandé“El juego del colgado” al flamante Papa Francisco con una nota que le recordaba que él me había entregado mi Diploma de Honor y que éste, el libro que le estaba haciendo llegar por correo, era mi primer fruto literario. En unos días me sentí en la gloria cuando recibí respuesta. Aunque tuve conciencia de que alguien a su servicio debió responder de manera genérica.

Por eso, empecé a soñar más allá, a “lo grande” como sugería él a los jóvenes.  Comenzaba a tramar un viaje para llevárselo en persona y, para ello, recé a Santa Teresita, hasta la extenuación.

 Cuando nació el propósito, es justo decirlo, no había ni chances de poder viajar a Roma. Pero la oración se las fue arreglando para multiplicar mi fe. Yo me sentí elegida por Santa Teresita, que se me aparecía casi “hasta en la sopa”. Un día descubrí que la Santa de Lisieux, la santa pequeñita, había salido de su Francia natal para ver al Papa de entonces. Y, contrariamente a lo esperable, el mismísimo Papa la atendió.

Yo me ilusioné con que, esa experiencia de la santa a la que le rezaba, me ayudara. Pero nunca pensé que fuera al punto en que lo viví.

Un día de noviembre una amiga se sentó frente a mí y me dijo: “Soñé con vos. Soné que el Papa Francisco leía tu libro.” Atesoré ese relato como si hubiera en él una respuesta: sí, tu deseo se cumplirá. Y seguí rezando.

Los últimos días de octubre, me confirmaron que podría viajar. Y eso, créanme, ya era milagroso. Antes de viajar, en uno de esos diciembres tórridos de cuarenta grados pinté una bandera argentina y en el centro, una Virgen de Luján naif, que es el único estilo al que mi capacidad artística puede aspirar. En un costadito, puse a Santa Teresita.

Cuando estuvimos en el Vaticano, nos convocaron muy temprano para buscar las entradas para la audiencia, cosa que ocurría en la Piazza San Pietro a cielo abierto. Era simplemente buscar unos tickets. No sé por qué, pero tomé el libro “por las dudas”. Un rato después, el grupo en el que estaba caminaba en fila por adentro del palacio apostólico rumbo a la plaza. Una curiosa forma de entrar, considerando las decenas de ingresos que había, todos ellos directos. De pronto nos pararon en seco y nos dijeron: “Van a poder ver cara a cara al Papa Francisco” Yo, que seguía con el libro en la mano, empecé a saltar como una nena de seis años. Miré el libro y me vi ahí, a punto de cumplir el sueño de dárselo al Papa.

Pero lo que sucedió fue mucho mejor. En fila, los custodios nos iban ubicando desde la última a la primera hilera de visitantes. Me tocaba en la cuarta o quinta, pero un custodio me llamó y me hizo avanzar a la primera. Quedé cara a cara con el Papa: mi bandera de la Virgen de Luján y Santa Teresita (que me llevó hasta ahí), mi libro y yo, a segundos de que Jorge Bergoglio se frenara ante mí.

Nunca se me hubiera ocurrido soñar tan grande. Lo que sucedió superó cualquier alocada expectativa. Cuando Francisco, esta versión luminosa, parlanchina y feliz de Bergoglio me miró, le di mi libro. Lo tomó y no se lo dio a nadie de los que estaban alrededor. Lo cargó él. Saludó a dos o tres personas más adelante y, de pronto, regresó sobre sus pasos. Volvió a mirarme y me dijo: ¿Éste es el del tarot?

¡Casi me desmayo!

Entendí en ese momento que él tenía razón. Que había que soñar cosas grandes. ¡Grandes! Porque “el azar”, a veces, se parece a la Gracia.

¿Existe, acaso, una mejor clase de Fe que ésta?

Creo que sí: solo sentarse a observar cómo un hombre enjuto y triste, se torna una fuente de luz de amor expansivo. Así, casi de un día para el otro. Un hombre que se toma un mate que le ofrece la gente. Y cuando enmudece de expectativa la multitud, lanza la ocurrencia:

—Che, está un poco lavado, ¿no? Y la alegría multiplicada en una carcajada general…

¿Alcanza para entender el poder de la Gracia con ver a un Papa que anda en su móvil y descubre a un curita amigo? Y le grita: “José”, mientras lo convoca para que se acerque, con ademán brazo y mano. Y cuando el curita le pregunta,

—¿Cómo hago?

 Él, superlativo de autoridad, autoridad suma, le grita:

—¡Saltá la valla!

Y José, el curita, intenta saltar la valla contra la oposición de sus propios kilos, mientras algunos italianos que ven la escena lo ayudan empujándolo de la mismísima cola, hasta que lo pasan del otro lado y finalmente sube al Papa móvil. ¿El comentario de Francisco? Antológico:

¡Estuvo más gracioso verte pasar la valla que el show de acróbatas de esta mañana!

¿No son esta alegría, este humor y esta luz la mejor evidencia de la Gracia de Dios?

Por Gisela Colombo

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Autor

Eduardo Senac