8º FESTIVAL NACIONAL DE CINE DE GENERAL PICO
IMPRESIONES TEXTUALES III
MUESTRA ITALIANA
Claudia y Beniamina
8 y ½ (1963) Federico Fellini
Claudia
Una historia pequeña realizada de manera disruptiva, variaciones de sonido, rotura de la cuarta pared y la voz en off como maneras de realizar el pasaje de lo fantástico a lo real, en consecuencia, los espectadores quedamos en modo asombro con el plus de llevar en nuestros oídos la más maravillosa música de Nino Rota.
En Ocho y medio lo transcendental es la forma como se cuenta en la pantalla, y aun así nos ofrece la posibilidad de pensar sobre el proceso creativo sea en la rama del arte que sea, pictórica, literaria y otras. Nos presenta la angustia de la mente en blanco después de haber sido exitoso en creaciones anteriores. Aparecen, la nada y el silencio, como mejores opciones antes que una creación errática y sin aporte alguno. Guido Anselmi, un director de cine (inmejorable Marcello Mastroianni) intenta inútilmente hacer una nueva película que lo represente, la idea no aparece y empieza a revisar su existencia mezclando pasado y presente junto a sueños y pesadillas, así emergen los hechos más importantes de su vida y los recuerdos de todas las mujeres a las que ha amado; todo esto ocurre rodeado de productores, guionistas, escenógrafos, obispos, curas, periodistas, etc. queriendo saber de qué se trata la nueva película.
¿Qué hará el director? le dice uno de los integrantes de su séquito – ¿otro film sin esperanza?
Aparece su pensamiento y palabra aunados, No tengo nada que decir, pero aun así quiero decirlo. La felicidad consiste en poder decir la verdad, sin que nadie sufra.
Lo que perdura:
Guido y la asfixia en el desorbitante atasco de automóviles con imposibilidad de escapar. El deseo de volar aunque el barrilete está anclado a su pie. Su mirada bajando apenas sus anteojos. Aparece la niñez y su asa nisi masa, que evoca el rosebud del Ciudadano Kane (1941) dirigida por Orson Welles. El circo de la infancia, el catolicismo impregnado de humillaciones, la represión de los deseos en la primera adolescencia con la aplicación del cono de la vergüenza. Sus mujeres: la Madre, la Saraghina, la Musa (Claudia Cardinale), la Esposa (Anouk Aimée), la Amante (Sandra Milo), la Madeleine, la Señora Misteriosa, la Amante del amigo y otras; en un instante es transportado por ellas cual bebé a punto de ser bañado. Otra presencia es la del padre, al que deberá enterrar definitivamente. Como adulto lo vemos con sombrero en la bañera y con las manos en posición de ruego. Destaca la ambientación en un centro de curación con barro y agua como elementos benéficos.
Finalmente Guido huye y gatea debajo de la mesa, en ese momento aparece la creación y nos presenta un desfile mágico y sublime. En suma las imágenes mentales se maridan con las reales, sin nombres ni definiciones exactas y aportan una sátira autobiográfica, auténtica y aguda.
Nota al pie:
Otros directores han bebido de su fuente, películas como Recuerdos (1980) y Los secretos de Harry (1997) ambas dirigidas por Woody Allen. Además, una escena de baile es evocada en la más recientemente inmortalizada por Uma Thurman y Johm Travolta en Pulp Fiction-Tiempos violentos (1995) dirigida por Quentin Tarantino.
La quimera (2023) Alice Rohrwacher
Beniamina
Más allá de la trama, la película presenta una arqueología del cine mostrando de manera eficiente distintos formatos fílmicos. La música pop, clásica y un juglar que canta los sucesos, operan para diferenciar las diversas situaciones.
El personaje principal Arthur, “el inglés”, Josh O’Connor (The Crown) vive en la frontera entre lo real y lo irreal, al ser poseedor de un don inexplicable para detectar tumbas ocultas, es parte fundamental de un grupo de saqueadores tragicómicos “los tombaroli”, cada uno con distintas motivaciones. Él conoce el valor de cada objeto recuperado y es respetuoso de la arqueología, pero para sus compañeros es un trabajo con el que sueñan encontrar algo que les cambie económicamente la existencia.
A través de imágenes oníricas conocemos a Beniamina la mujer perdida, amada y buscada en esos pasajes de ultratumba. Una especie de musa que lo guiará del mismo modo que Claudia guía a Guido en 8 y ½. Carnalmente aparecerá Italia -una joven migrante- y será esta mujer, la nueva inspiración que lo ayudará a salir del laberinto.
Sin embargo, detrás de los ladronzuelos, están los traficantes, los que verdaderamente se enriquecen en una fachada de buenos modales y altas tasaciones.
Lo que perdura:
Observando “los tombaroli” imposible no pensar en Los desconocidos de siempre (1958) de Mario Monicelli. Ladrones incompetentes que intentan dar el golpe de sus vidas y que despiertan simpatía debido a sus frustradas esperanzas.
La antigua casa en que vive Flora, (Isabella Rossellini) -madre de Beniamina-, una matriarca en sillas de ruedas presentada como la gran madraza visionaria, con quien vive Italia como dama de compañía y empleada doméstica en un intento también de aprender sobre poderes especiales, por otra parte, las apariciones de los familiares de Flora, hija y nietas, son desopilantes y sus comentarios incisivos merecían más metraje.
El último descubrimiento, la bella escultura de una diosa etrusca o tal vez romana vinculada al inframundo. Con el método del descabezamiento los saqueadores la transportan, al ser sorprendidos por la policía corren con cabeza en mano. Los expertos comparan el hallazgo con Nike o Venus.
Las mujeres conducidas por Italia se asientan en la estación de trenes abandonada manejando un concepto esencial que nos queda en la memoria, “lo que es de nadie es de todos”
Imagen de una Italia (país) no ajeno a las profanaciones realizadas por marginales, aunque los beneficiarios sean los mismos de siempre enquistados en las esferas de poder. Sin tratarse de las mismas circunstancias, El odio (1995) dirigida por Mathieu Kassovitz también pone ante nuestros ojos una Paris (ciudad) diferente y desigual.
Dos modos diferentes de tratar la realidad-fantasía, dos estéticas. Fellini abandonando de manera creativa y genial el neorrealismo en los años 60 y por otra parte, Rohrwacher desde el presente que le toca vivir emerge como conocedora de la historia y la tradición de su país y la presenta de manera misteriosa -se percibe en su relación con la muerte- tamizada por su mirada.
En ambas películas tenemos la posibilidad de experimentar, investigar, sentir y soñar de modos diferentes. Todo depende de nosotros.
Por Rosa Audisio