«Siento que la existencia está llena de deseos, tropezones y circunstancias azarosas que resultan reveladoras»

Momentos de sus días transcurren en una continua exploración y búsqueda a través del charango, instrumento con el que ha conectado intensamente. Fue así como Matías Bonavitta abrió la puerta en la escena musical de La Pampa a sonidos y melodías tal vez más vinculadas a otras regiones. Lo mismo ocurre con el roncoco, perteneciente a la familia del charango, con el que ha logrado instalarse en cada una de sus presentaciones.

«La música ha sido central en mi vida. Y en esto, el sonido, como elemento previo a la música organizada, ha sido para mí algo misterioso. Nos envuelve desde que nacemos hasta que morimos, es omnipresente. De hecho, muchas culturas consideran que las partículas sonoras están desde siempre, las escuchemos o no. Esas frecuencias están ahí y nos preceden, incluso antes de que las podamos organizar a través de un instrumento o un canto. Esa materia sonora está en el viento, en los truenos, en los cantos de las aves, en el movimiento del agua o del líquido amniótico cuando estábamos en la panza materna, en las pulsaciones del corazón. Todo eso y más posee su cadencia. Es misterioso como todas esas sensaciones sonoras, todas esas cadencias de la naturaleza, del cosmos, fueron transformándose en lo que hoy llamamos música», señaló Bonavitta, entrevistado por El Lobo Estepario.

Esa constante indagación musical hizo posible la aparición de Tejido de cuerdas y pájaros, el primer libro-cancionero de música pampeana para charango y ronroco, publicado por 7 Sellos. Uno de sus arreglos musicales logró una mención honorífica en el reciente Certamen Eduardo Falú de Intérpretes de Música de Raíz Folclórica. Y dos de sus obras aparecen en un par de libros de charangos del mundo, editados en Chile. Luego fue el turno del libro-álbum Los sonidos del bichito, que explora historias, relatos, partituras, cifrados (incluye Musicografía Braille), un álbum de canciones (a través de un código QR) y una serie de recursos técnicos en torno al instrumento creado por el luthier Homero Zambrano. 

«Fundamentalmente significativo para mí fue cuando el día que, a mis 16 años, mi papá Aníbal, intuitivo pisciano, de sorpresa y sin esperármelo, me regaló mi primer charanguito. Era medio de adorno, arqueado. Debí ponerle tornillos a su mango porque se desunía de la caja. Honestamente, era un desastre. Pero tenía un encanto que me atraía y me desvelaba. Yo sabía templar la guitarra, no un charango, igual lo abracé. Durante la crisis del 2001, en La Pampa, no se conseguían cuerdas de charango, pero estaba la cajita de pesca para cortar tanza y encordar. Viéndolo a la distancia siento que la existencia está llena de deseos, tropezones y circunstancias azarosas que resultan reveladoras. Sin dudas, esa sorpresa traída por mi papá me cambió la vida», recordó.

Bonavitta se refirió al camino que ha transitado en este tiempo, mostrándose decidido a continuar ampliando los espacios, y dejándose seducir por la idea de seguir sumando conocimientos y aprendizaje. «Desde aquel tiempo a hoy no he parado de intentar hacer cosas. Desde las bandas de fines de los 90`, las grabaciones y fanzines artesanales y de autogestión, en donde intentábamos expresarnos con sonidos, colores y escrituras, hasta los diferentes álbumes y libros que vengo trabajando en últimos años. Han pasado ya más de 20 años, y pienso que la idea de “hacelo vos mismo” caló hondo en mi generación. Me doy cuenta que seguimos a pesar de los obstáculos, trabajando en los bordes, en silencio, sin haber tenido internet y estando en el interior del interior del país. Nunca logramos un apoyo masivo, pero sí uno artesanal. Y ahí es donde te encontrás con cierto lazo social que devuelve esa energía que cuesta recuperar».

Entre sus participaciones se destacan el Festival Internacional Guitarras del Mundo, Congreso Internacional del Charango, Sonamos Latinoamérica Perú, XIII Bienal de Arte Joven de la Universidad Nacional del Litoral, Charango Argentino, Semana de la cultura de Río IV y Las luchas que se escuchan, en contra de los desalojos de hogares de Córdoba, entre otros. Realizó álbumes independientes, ha grabado para distintos artistas, hizo música para cine y teatro, y produjo trabajos artísticos junto a personas usuarias de Servicios de Salud Mental. Su labor ha sido seleccionada por Músicas Esenciales, del Ministerio de Cultura de la Nación; la Galería de Arte Sin barreras; el Instituto Nacional de la Música; y el Instituto Nacional de Teatro. Obtuvo menciones honoríficas en el Premio Internacional de Antropología Eduardo Archetti y en el Certamen Eduardo Falú de Intérpretes de Música de Raíz Folclórica, perteneciente a la Academia Nacional del Folclore.

«Inevitablemente en estos 20 años se juntó material, etapas y búsquedas. De este transcurrir temporal de continuidad artística surgió Ternerito Records, el cual es un sello, un rejunte de exploraciones, que nos propusimos trabajar junto a Nicolás Giorgis. Básicamente está dedicado a ir publicando todo aquel material que se fue acumulando en estos años. Algunas cosas me gustan, otras no, pero eso no nos importa tanto. La estética pasa a ser secundaria para priorizar el relevamiento de los proyectos que han surgido. Con la primordial tarea de sostener un dialogo en el tiempo en torno a los impulsos expresivos y creativos que en su mayoría suelen evaporarse, sin precedentes, sin prestarle atención a lo que realmente cada movimiento significa, cada desafío, cada acto de valor. La intención de Ternerito es poder volver a encontrarnos con aquellos pensamientos, esos pequeñísimos manifiestos muchas veces inútiles y hasta poco apetecibles, pero que hablan de nuestra subjetividad, y que invitan a reflexionar sobre como los caminos alternativos nos cuentan otras verdades, por fuera de la impuesta y comercial, que ya conocemos a través de la industria cultural dominante», comentó.

«En los últimos años he venido haciendo muchos arreglos y grabaciones para distintos artistas, como así también para cine. Disfruto dialogar con otros lenguajes. Este año, junto a Nico Giorgis y 7 Sellos, saldrá publicado Desde algún lugar, un fanzine inspirado y dedicado a Violeta Parra, a partir de sus creaciones y su constante presencia simbólica en tierras pampeanas. Yo hace muchos años que toco repertorio de Violeta, y este año tan duro fue el puntapié para resignificar su obra como una brújula de lucha y ternura. Y hacerlo a través de un fanzine como hacíamos en el 2000 nos encantó. Pensamos al fanzine como un dispositivo artesanal, que sin muchas vueltas permite poner palabras, música, imágenes, videos y partituras en torno a una artista con un posicionamiento crucial; decolonial, porque visibiliza el saqueo latinoamericano; con perspectiva de género, ya que disputa el orden patriarcal; ecológico, dado que la tierra no se posee, somos parte de ella; espiritual, debido a que transfigura el arte en bendición», concluyó.  

¿Qué le hubiese gustado ser?

De niño me encantaban los dinosaurios y la megafauna que supo vivir en la tierra. Aún me fascina. Me marcó haber visto una excavación en un sitio que era parte de mi vida cotidiana. Era un gliptodonte, esos peludos gigantes de 400 kilos. Estaba en un lugar que siempre caminaba, pero esa vez comencé a verlo con otros ojos, imaginando cómo era hacía 30 mil años. Si bien no estudié paleontología, con el tiempo me metí con la antropología y la psicología, y creo que a muchos proyectos artísticos los tomo un poquito desde ahí, escarbando cosas, pero no en la tierra como la paleontología, aunque sí sobre lo simbólico. Excavar sobre nuestro acervo cultural, explorando con sorpresa como lo cotidiano también es desconocido. Tras las resonancias hay metalenguajes, huellas que conducen a tramas de sentido.

¿Un lugar para vivir en el mundo?

En el que uno se sienta feliz. Creo que más allá de los lugares concretos o geográficos, están los lugares en los que uno se recuerda, piensa o proyecta. En ese caso en vez de hablar de geografía vale hablar de psicogeografía. Porque hay un mapa emocional dentro de uno que lo conecta a lugares que han sido significativos, en donde los afectos se concentran.

¿En qué tarea no se siente inteligente?

Matemáticas.

¿El último libro que leyó?

La vuelta de los ranqueles, de Axel Lazzari. Es un libro que invita a reflexionar sobre la complejidad del mundo ranquel en clave de presente.

¿El mejor libro que leyó?

Se me ocurren muchos, pero voy a hacer un esfuerzo y voy a mencionar uno solo, que no sé si es el mejor, pero que de alguna manera me formó. Me refiero a Conversaciones con Pichón Riviere sobre el arte y la locura, de Zito Lema. Libro sencillo y directo que me marcó a fuego. Hay cosas maravillosas en esas páginas sobre luchar creativamente contra el sufrimiento. A la locura no se la debe reprimir y aislar como suele hacerse, sino que devolverle la expresión y el lazo social. Toda creación ayuda a alejar el dolor, el miedo a la muerte y re-crearla en su obrar estético. Pichón una y otra vez nos recuerda que lo más importante del arte no es su condición estética, de mercado o de calidad técnica, sino que su capacidad para hacernos expresar y así transformarnos. Hay ahí una posibilidad de síntesis para integrar y superar los conflictos que nos deterioran. En una parte del libro Zito Lema pregunta: “¿Cuál debe ser la función del poeta, del artista (y de quienes aún creen en la necesidad del arte) en nuestra actual sociedad?”. “¡Darle un empujón para que salga de su estancamiento!” exclama Pichón Riviere sobre semejante desafío. A la tristeza no hay por qué temerle mientras se mantenga firme la creación. Esta es una de las contradicciones que afianzan resistencias o promueven cambios. La vida entonces es y ha sido para Pichón una praxis en constante movimiento. Es algo que día a día intento poner en práctica, aunque cuesta y siempre haya algo que duela.

 ¿Cuál es el buen cine?

Aquel que nos interpela con alguna historia. Soy de preferir el cine no por su forma, sino que por su contenido. Godard hablaba de un cine que piensa, y eso es central, el rol movilizador de las imágenes y el sonido para estimular el acto reflexivo, construyendo espectadores activos en el pensamiento. La contracara de eso es que el cine también puede usarse para persuadir y producir un público pasivo frente al entretenimiento. Recuerdo la lectura de Lasswell sobre la teoría de la aguja hipodérmica, desde donde explicaba la influencia sobre la ciudadanía por medio de las películas, basándose tanto en las observaciones de la propaganda nazi como en los efectos de Hollywood. Digamos que aquello que puede liberar el pensamiento, también puede ser un instrumento de dominación simbólica, de homogeneización de las masas. Hay ahí un arma de doble filo. Bueno a mí me interesa justamente ese cine que nos dice algo, incluso con baja calidad técnica. Recuerdo como en los 90 nos sorprendió Pizza, birra, faso, uno era chico y de repente veía algo sin pintoresquismos y con diálogos que nos hacían pensar en la precariedad. Niños que jugaban sobre un auto desmantelado y hombres que agarraban los restos de pizza que otros dejaban, y al costado un tránsito que parecía serle indiferente a todo. Me impresionó ese fondo ruidoso de la ciudad sin filtros acústicos. Escuchar como realmente sonaba ese espacio ayudaba a desnaturalizar algo que no estábamos pudiendo procesar como sociedad. Para mí eso fue un gran aporte del cine argentino. En lo personal, desde el año 2004 colaboro con música para cortos y películas independientes, en tanto, lo técnico siempre ha sido una dificultad, al menos para mí que nunca estuve en una órbita mainstream, pero como inspiración siempre evoco ese cine que sin tanta infraestructura nos interpeló poderosamente.

¿Mira TV?

Mas allá que alguna u otra noticia, no. De hecho, no tengo cable.

¿Qué artista influyó en su camino?

Diría que varios artistas, uno aprende de todos lados. Pero esencialmente agradezco mucho a mi tío Roberto, quien desde niño me hizo desayunarme con cosas muy significativas de la cultura nacional. En vacaciones de verano y de invierno, cuando terminaba la escuela, siempre me subía al camión con él. Era algo hermoso para mí, lo esperaba con ansias, viajábamos días y días mirando como lentamente la pampa se hacía mar, mientras escuchábamos a Yupanqui, Larralde, Troilo, Nelly Omar, entre tantos íconos más. Mi tío no tocaba, pero sí que fue un verdadero transmisor del acervo cultural de nuestra tierra. Definitivamente influyó en mí. Sabía de eso que hace a lo criollo, a su manera, desde temprana edad me invitó a sentir la identidad y las raíces que nos conectan a tantas cosas valiosas que habitan este punto del mundo. Si cierro los ojos contemplo dentro de mí ese extenso paisaje que recorríamos en camión, lleno de música y poesía. Creo que de él aprendí un modo específico de sentir y escuchar. Hay ahí una transferencia en relación al orden sensible de las cosas. Son jornadas enteras de escuchas, cebadas de mates y silencios que sin darme cuenta fueron la piedra más primaria y fundamental de mi camino.

¿Un disco?

Realmente me cuesta elegir uno, escucho mucha música todos los días, pero voy a nombrar cuatro discos a los cuales me doy cuenta que desde chico no he dejado de escuchar, es decir, los nombro por la permanencia que han tenido a lo largo de mi vida: La palabra y el canto vivo de Atahualpa Yupanqui en diálogos con Julio Marbiz; Oktubre, de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota; Chaypi, de Jaime Torres y Eduardo Lagos, y Fiebre, de Sumo.

¿Su primer trabajo artístico?

En el año 2002, junto a Nico Giorgis hicimos un disco experimental que llamamos La Oreja. Lo concebimos de manera muy artesanal en una coyuntura socioeconómico muy dura, como fue la crisis del corralito. Creo que sin darnos cuenta intentábamos drenar aquel exceso, y la música fue nuestro refugio. Ahora bien, grabar en aquel entonces implicaba muchas limitaciones. No sabíamos tocar muy bien que digamos, mucho menos componer, tampoco contábamos con tecnología de grabación y pagar un estudio era impensado. No existían los celulares multimedia, tampoco el USB para facilitarnos la trasferencia de datos y de ningún modo era frecuente tener una placa de sonido, es más, el internet era nulo. La única expectativa que había para hacer un trabajo así era advertir que algunas computadoras como la Pentium 4 adquirían la capacidad de editar algo de audio, aunque su manera de absorber información era de muy baja calidad. Francamente, tallar un disco sin acceder a un estudio de grabación era una labor titánica que involucraba cables y bastante ruido. Lo más concreto que teníamos eran dos micrófonos, algunos instrumentos y una mezcladora que registraba el sonido sobre un casette. Fue así que salió La Oreja, con una tirada de mano en mano, participando de algunas ferias de discos independientes de principios del 2000. Dos décadas después de su creación, en el 2020, tuvimos la suerte de reeditarlo a través del sello discográfico Pampanoise.

¿Donaría sus órganos?

Sí, la vida se dona.

¿El momento más feliz de su vida?

Cuando era niño. Simplemente porque estábamos todos vivos. La vida irreparablemente nos va sumando pérdidas. El ser para la muerte que plantea Heidegger en su filosofía. Uno lo entiende, sí, pero no deja de ser algo difícil de masticar. Aunque uno vaya alcanzando vivencias, relaciones, etapas, aprendizajes, etc., el lugar de la pérdida es muy potente. Entonces, pensar en la felicidad para mí no se trata de pensar si un momento fue más fácil o más grato, menos fácil o menos grato, sino que todas esas pérdidas que vamos sumando a lo largo de la vida no estaban.

¿Qué hito de la historia mundial le hubiese gustado vivir personalmente?

No sé, pero la década del 60` es inédita. Hubo allí una oportunidad de cambio, un guiño contracultural en la historia. Pensemos que en esa época se produce desde las manifestaciones contra la guerra de Vietnam a las revueltas del Mayo Francés y el Otoño Caliente italiano, y desde procesos como la Revolución Cubana y las protestas estudiantiles en México hasta el Cordobazo en Argentina. Los 60 fueron contraculturales. En América Latina, ese proceso dio lugar a la teología de la liberación e intelectuales que promovían perspectivas humanas como la educación popular de Paulo Freire. En esa época surgió la nueva trova cubana con exponentes como Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, Violeta Parra y Víctor Jara en Chile, Soledad Bravo en Venezuela, o la aparición del nuevo cancionero folclórico y el despliegue del rock nacional en Argentina. Hay que tener en cuenta también que el movimiento hippie instaló consignas valiosísimas, que incluso, hasta hoy resultan utopías, como el cuidado del medio ambiente, la no violencia, el no consumismo, etc. Hubo un aire en contra de lo establecido, en contra de la uniformidad.

¿Extraña algo de su niñez?

Se extrañan cosas, hay mucho allí. Nietzsche escribió: «La madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con la que jugaba cuando era niño». Sin dudas, esa frase condensa un montón de cosas. Cuando hice Los sonidos del bichito rumié mucho sobre ese tema, porque el bichito nace de esa seriedad lúdica que vamos perdiendo a medida que crecemos. Homero Zambrano, el luthier que lo creó, me contaba que muchos padres se acercaban a su taller para preguntarle lo mismo: “¿no tiene una guitarrita chiquita para mi chico?…rústica porque de seguro la va a romper”. Pero lejos de responder en automático, Homero supo jugar con esa curiosidad propia del niño, lo que lo llevó a imaginar ese mágico instrumento que llamó bichito. Y acá lo interesante es que el bichito terminó encantando a los grandes. Por eso es que reflexiono que hay que volver a intentar vivir en el tiempo de la infancia. La niñez es un ciclo cronológico de la vida, en cambio, la infancia implica una condición ligada a la chance de habitar un paisaje y un tiempo sin tantas rasuras. Lejos de la prisa y el utilitarismo que impone la sociedad actual, y cerquita del juego y la creación, lo que desde la filosofía suele llamarse la “potencia del instante”. Cuando estoy metido con algo creativo y el tiempo del reloj se me pasa volando e incluso me cuesta cortar con eso hasta para ir al baño, me pongo feliz de que estoy bajo esa condición de la infancia que cuesta tanto recuperar.

¿Cuál fue la vez que más lloró?

Cuando falleció mi tío. Un dolor muy profundo.

¿Qué profesión u oficio nunca ejercería?

Nada que dañe a los demás.

¿Le preocupa la muerte?

No la mía, aunque sí la de los seres queridos.

¿Le niega o le negó el saludo a alguien?

No.

Se incendia su casa, sólo puede llevarse una cosa, ¿cuál?

Un instrumento musical.

¿Cuál fue la persona que más lo ayudó?

Mis padres, Mirta y Aníbal.

¿Qué le gusta regalar?

Las cosas artesanales son ideales. Hay que leer, escuchar, mirar, apreciar cosas de artistas independientes.

¿Qué instrumento musical le gustaría tocar?

Los instrumentos de cuerdas pulsadas me fascinan. El hecho de que no sean instrumentos estáticos, en donde la posibilidad de encordar y afinar de diferentes maneras está a flor de piel, refleja muy bien la naturaleza experimental del ser humano. Poner, mover y pulsar una cuerda para lograr algo es pura inquietud, pura curiosidad.

¿Cuál lugar de la casa es el mejor para leer?

Cerquita de una ventana.

¿Qué piensa del periodismo en general?

En los medios hegemónicos hay mucho discurso de odio y nulo pensamiento crítico.

¿Su peor defecto?

Cierta nostalgia.

¿Qué le gustaría saber del futuro?

Soy de pensar en esa frase “el futuro es hoy”. El futuro se construye ahora. Y este “ahora”, este “hoy”, anuncia una pregunta central: ¿cómo salir de este exceso de capitalismo neoliberal que produce un mundo de guerras, miserias y daño ambiental? Dos tercios de los animales de la fauna mundial murió en este siglo, dijo la BBC tras una extensa investigación. Se instalan proyectos extractivistas que rasuran y contaminan, mientras que los incendios avanzan sobre el planeta tan de prisa como las guerras y el hambre. Hay algo de este mundo que se nos cae. Saber algo del futuro implica saber responder a las urgencias del presente.

¿El arte salva?

Pichón Riviere decía que la creación sirve para aguantar las tragedias, ayuda a integrar eso siniestro interior. Hay una suerte de liberación de lo que nos atarea. En lo personal llevo dos décadas de recorrido en ámbitos de Salud Mental y Conflicto Penal, y siempre atestiguo como el arte torna la vida más vivible. Variadas son las vivencias que podría mencionar, en este momento se me viene al recuerdo un taller de ruido que brindé hace varios años en una institución de salud mental. Nos reuníamos alrededor de tachos, botellas y tubos de PVC, y nos sumergíamos en la experiencia grupal a través del ruido. Curiosamente a este espacio se acercaban las personas mas desarmadas de la institución, con escaso uso de la palabra, catatonías, estereotipias o alucinaciones. De ahí surgió la contemplación del ruido. Cuando todo el grupo entraba en movimiento, sacudiendo, golpeando y soplando objetos, sucedía algo. Ahí aprendí a soportar el ruido y ver lo que viene después, es un momento creativo distinto a la cacofonía por el efecto conjunto, el unísono que une a todos en un mismo momento. Es inverso al silencio, destroza el equilibrio del otro, nadie escucha a nadie, pero paradójicamente todos escuchan a todos, llevando al ruido, a lo largo del proceso, a reposicionarse en un lugar de mayor armonía. Tras este trabajo con el ruido, las personas comenzaban a estar más conectadas, menos apagadas, con más alegría. También recuerdo que durante varios años fui parte de una radio abierta en una institución de salud mental. Se hacía semanalmente, y ese día era un paréntesis para la población institucional. Se ubicaban todos delante de la radio abierta, la yerba y el azúcar se pasaba de mano en mano, se compartía o se intercambiaba por galletitas. Todos tenían ganas de mandar saludos, dar noticias, bailar o cantar. Se respiraba alegría. Los parlantes inyectaban fuerza. Por el alambrado que cubría el patio interno dónde se hacía la radio, se veía la calle, y ese era el único día de la semana en donde afuera parecía todo gris y aburrido, incluso con lluvia. La radio era un refugio. Un abrigo en medio de una tormenta. El micrófono se pasaba de mano en mano como el mate. Hablaban hasta quienes carecían de palabra hablada. Por otra parte, en ámbitos de conflicto penal he trabajado con la escritura. Escribir da la chance de pensarse, atravesar cosas jodidas y reflexionar. Como dice Galeano, estamos hechos de historias. Entonces, respondiendo la pregunta, desde mi experiencia, el arte salva. Moviliza la dimensión sensible de la vida, está a favor de una humanidad menos oprimida y más poética.

¿Qué opina de la religión?

Las religiones son parte de la humanidad como otros constructos culturales, tales como la economía o la política, entre otras. No hay ninguna sociedad despojada de algún tipo de creencia religiosa, sea cristianismo, animismo o budismo. Lo cual habla de lo central y valioso que ha sido interpretar la vida, en mayor o menor medida, mediante alguna narrativa sagrada. Lo peligroso, creo yo, es cuando por medio de alguna de estas narrativas se justifican crímenes, como el genocidio indígena o cuando lo quemaron a Giordano Bruno por decir que la tierra era redonda.

¿Justificaría en algún caso la tortura y aún la muerte?

De ninguna manera.

¿Una canción?

En este momento, La exiliada del sur, poema de Violeta Parra con música de Patricio Manns. Me gusta la versión de Inti Illimani.

¿Un personaje nefasto de la historia?

Muchos, pero el nazismo de Hitler nos vale una reflexión como sociedad. Como planteó Adorno, Auschwitz demostró irrefutablemente el fracaso de la cultura. No podemos seguir sosteniendo la excelencia de la civilización, nos los impiden los cadáveres carbonizados de Hiroshima, las cenizas de los hornos crematorios de los campos de concentración, los cuerpos tiroteados de Vietnam, hoy el genocidio de Gaza, el hambre, el rearme nuclear, entre tanto más. Actualmente, las nuevas derechas reconfirman que el progreso humano, la idea de emanciparnos de la tiranía está lejos. La indiferencia, el individualismo, la insensibilidad tecnocrática va ganando. La resistencia parecía ser mantenernos humanos.

¿Qué siente que nos dejó la pandemia?

La pandemia fue una chance para hacer las cosas de otro modo, obligadamente ralentizó el ritmo de vida. Recuerdo mirar el cielo y ver un bello color celeste que no veía de niño. Impresionante como bajó la polución. Los animales comenzaron a verse mucho más, a recuperarse. Lamentablemente, al culminar la pandemia la sociedad optó por seguir en ese aceleracionismo capitalista en vez de detenerse, ralentizar sus movimientos frenéticos. La pandemia nos dejó el dolor de muchas pérdidas de vidas, pero también manifestó el grado de irritación extrema que ha alcanzado el planeta y la sociedad.

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Autor

Raúl Bertone