Silencio con la muerte (todos los días)

Tengo por vestido una funda de almohada estampada
que me sueña entre humos grises de encierro.
¡Y esos perros que lamen mis pies con tanta devoción!
Tengo por manos un par de libros releídos
con guantes gastados de tanto frotar
la lámpara de un genio que ya me abandonó.
¿Y mis tres deseos?
Quizá ya los consumí con aquel saquito de té
en aguas turbias.
Tengo por luna un círculo vicioespiraloso
que nunca deja de brillar.
Me eclipsa, me aturde, me demora
en el carpediem de los cinco minutos.
Tengo la palabra “libertad” clavada en la nuca
y me traspasa la garganta.
Me desangro hasta secarme y
soy charco de peces carnívoros.
Tengo por ojos dos fuegos fatuos
que nada entienden de parpadeos
ni guiños cómplices.
Se reinventan a sí mismos con el hartazgo similar
al de una pared en blanco.
¿Vamos a crearnos un dios?
Mejor, dejemos en paz a la pobre imaginación.
Tengo por cansancio algunas puñaladas que no cesan,
el ruido de las calles, la multitud demasiado vidente.
Pero yo soy la ciega y mis oídos
se abren como una flor en invierno.
Suele cansarme la vida móvil,
la palabra que nace del estruendo paraíso,
la esclavitud del paraíso, el monólogo del sofista.
Y esta condición mía de creer
que me he equivocado de mundo…
Por eso, a veces mando a lavar el cerebro.
Pero vuelve algo húmedo y ya no hay
circuito moral, ni perros, ni deseos, ni luna.
Sólo recuerdos amorfos de simples ratos fetales.
Tengo por alas vagos arpegios de carne y hueso,
retazos de tantos “no” brillantes.
Algunos capítulos resumidos que no dejo de saltearme,
(elipsis inevitablemente comprensible).
Tan “pulcra puella”, tan recién bañada y perfumada,
tan cinta blanca para el pelo.

La mentira más grande es el silencio.

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