Así como Georges Méliès, ese barbudo prestidigitador parisiense, nos regaló la Luna…Los Filippini nos regalaron las estrellas aquí. Con su arte crearon ilusión y provocaron emociones a través de imágenes en movimiento. Tiempo atrás, en ocasión de la Semana del Cine en La Pampa, asistí en el Multiespacio de Arte del Norte (MEDANO) a la proyección del material fílmico digitalizado capturado por padre e hijo, ambos llamados Domingo. Fue como un teatro de magia, un muestrario de sueños. Un rodaje en blanco y negro. Con la guía de una música compuesta para piano, se transformó en un viaje extraordinario. Imágenes que bien podrían haber desaparecido hace tiempo y, sin embargo, perviven.
Citando a William Faulkner: “El pasado nunca muere, ni siquiera es pasado”. En 2008, la familia Filippini cedió en guarda, para su conservación, puesta en valor y digitalización, toda la producción fílmica y fotográfica. Se trató de un largo proceso de recuperación que estuvo a cargo del Archivo Histórico Provincial y su Area Audiovisual, encargada de las primeras tareas de limpieza, clasificación y posterior descripción de las películas, comprendidas en los periodos que abarcan los años 1920 a 1960 (nitrato) y de 1960 a 1970 (acetato).
Toda esta obra, en su fondo, esconde un poema nostálgico, aunque esperanzador, dedicado al arte fílmico y su supervivencia. Desafortunadamente, refiere a un material que está sujeto a la labor destructora del tiempo. La misión de los archivos es salvaguardar y garantizar la conservación prolongada del celuloide. Se reproducen los originales, pero también se conservan estos últimos. El fin es promover el conocimiento del patrimonio cinematográfico y hacer accesible el material preservado, para que imágenes pasadas estén a disposición de todos en el futuro.
Como tiempo antes, Edison, los hermanos Lumière, Dickson o Méliès, Domingo Mauricio Filippini fue un intrépido explorador que se adentró en un desconocido mundo de imágenes que comenzaba a abrirse ante sus ojos. Y comenzó a registrarlo. Cortos, documentales y proyecciones en general. El ingenio puesto de manifiesto en todo momento.
Emociona contemplar las imágenes de ‘Carlitos en la Pampa’, una parodia de las primeras incursiones en el celuloide de ese genial bufo llamado Charles Chaplin. Es el primer film de ficción en esta provincia. La película, rodaba en el ‘20, constaba originalmente de algo más de veinte minutos, hoy se pudo rescatar unos catorce minutos. Es cine puro. Cine vibrante de vida y movimiento, y cuyo centro -y también eso es importante- no son las cosas, sino las personas. Con la cámara fija en un encuadre que hoy resulta prodigioso de puro elemental, vemos en acción a varios vecinos de la incipiente aldea.
El personaje central fue encarnado por el vecino Manuel Novo, y en lo que respecta a la “novia” (por entonces se entendía que era algo atrevido que lo interpretara una mujer), fue representada, con adecuado maquillaje, por Fabián García. También actuaron Justo Monteagudo (como ‘Pancho Tormentas’), Burugorri y Casani. La ‘peli’ fue presentada con mucho éxito en los reductos del pueblo, y también recibió aplausos tras ser exhibida en localidades de la provincia, Santa Fe y Buenos Aires. Un fragmento vivo de realidad puesto en escena, es decir, ‘editado’. O si se quiere: una nueva y original forma de restituir el mundo al mundo.
Habían transcurrido veinticinco años de ese 28 de diciembre de 1895, cuando se estrenaron las primeras diez películas ante la treintena de curiosos que se habían reunido (el verbo es importante) para presenciar el prodigio en el Grand Café del Boulevard des Capucines. Ese momento donde el cine ya contaba con sus elementos fundamentales: los Lumière habían conseguido, finalmente, ampliar las prestaciones del Kinetógrafo de Edison, logrando que, además de captar imágenes, pudieran proyectarse sobre una pantalla. Como esa noche inolvidable en París, aquí también sucedió algo similar.
Instalado en 1912, Filippini fue propietario del cine ‘Belgrano Park’, y, además de mostrar su trabajo, ofrecía películas de la Paramount, de quien era distribuidor. Esto es, en aquel espacio improvisado, las vidas (reales) de los espectadores, momentáneamente suspendidas, se dejaban invadir en la oscuridad compartida por las vidas (virtuales) que transmitían aquellas imágenes en movimiento, iniciando una liturgia que sigue repitiéndose en todas las salas del mundo. Todo lo que vino después, por importante que fuera (incluyendo el sonido), no ha afectado fundamentalmente a lo que podríamos llamar ‘ontología del cine’, su esencia primordial, su magia.
La temática de los cortos nada nuevo ofrecían en relación a las fotografías de la época. Lo novedoso que atrapaba a los espectadores tenía que ver con las imágenes, con lo fidedigno de su reproducción y lo fiel que eran al movimiento. Fue la capacidad de un aparato de reproducir la realidad. De ahí, el gran valor como documentales ya que nos muestran las costumbres de la época, la ropa de la gente. La energía y la atención estaban puestas en el aparato en sí y en su capacidad de registrar y proyectar la realidad. Contando historias, elaborando registros documentales de la vida cotidiana.
Así, se suceden ante nuestros ojos momentos por doquier…El arribo del tren a la estación piquense en 1928 (similar a ese leitmotiv de los Lumière, ‘Llegada de un tren a la estación de la Ciotat’), los talleres del ferrocarril, la actividad en el Hospital, un día de kermesse con baile de tango incluido; la caída de la ceniza -’la noche más larga’-, en 1932; la nevada del ‘23, con la entonces Plaza Alsina o las calles cubiertas por un manto blanco; un acto del 9 de Julio con Maggiorotti dirigiéndose a la gente; las sierras de Curá-Malán (Currumalan), de donde se extraía la piedra para el adoquinamiento de las calles; los arroyos de Pigué, el trabajo diario en el Vivero de los Williamson, en la fábrica de fideos o una exposición en la Sociedad Rural.
Por supuesto que no están ausentes aquellos acontecimientos deportivos que hacían vibrar a los lugareños: un clásico entre Sportivo Independiente y Pico F.Club jugado en la vieja cancha del Rojo (situada en barrio Este) en 1928, el tenis floreciente o la primera Vuelta de La Pampa en Turismo Carretera, en el ’49, con la victoria de Juan Gálvez y un agasajo posterior a los pilotos en Villa Mirasol.
La filmación de publicidades fue moneda corriente en los cincuenta y sesenta, dejando expuesta una notable creatividad para aquellos años. Los Filippini filmaron más de cien, algunas a color y con audio, donde el histrionismo y humor de Juan Costantino se hace presente en muchas de ellas como actor principal de los envíos. La inventiva e imaginación de ‘Poroto’ Filippini puesta de manifiesto en avisos que quedaron en la memoria: ‘Celestino Fernández’, ‘Supermercado Guarido’, Capilar ‘Inecto’, Tamagnone (promocionando el nuevo Falcon), Sábanas ‘Sueño Dorado’, De Ambrosio (ese arribo de los marcianos), Café ‘Miralto’, Algas, Casa Ilariuzzi, La Casa del Freno (Costantino frenando el tren con su mano en el cruce de vías de 40 y 19), o vinos ‘Yapeyú’ y ‘El Nevado’ (Don ‘Zoilo apurado en su caballo para conseguir una damajuana). Creatividad pura.
‘La invención de Hugo’, ese film con el que Martin Scorsese le rindió homenaje al cine, tarda muy poco en encontrar la rima visual que resume su espíritu y filosofía. La vida, sugiere el cineasta, es una maquinaria de altísima precisión donde toda pieza cumple su función esencial: la razón y el sueño -o lo que serían sus equivalentes en las raíces de la expresión cinematográfica: los hermanos Lumière y Georges Méliès- no son resortes excluyentes, pues ambos son necesarios para que funcione tanto eso que llamamos existencia como eso que llamamos cine.
Los Filippini convirtieron una pantalla en el lugar donde habitó la magia. La nostalgia, cuando funciona, lo empasta con ese seductor reclamo que anuncia que lo que pasó siempre fue mejor y, sobre todo, envileciendo el presente ante el brillo de lo que ya no volverá. Un consuelo, parece que eficaz, para tiempos de crisis.