Buceando permanentemente en las diferentes capas sensoriales. Desde que se propuso contar historias de vida, con seres de carne y hueso, perceptibles, reales, que lloran, ríen, sufren, sueñan, viven, la realizadora piquense Franca González Serra viene transitando su sendero creativo con una mirada muy personal, desde aquel primer trabajo profesional en 1998 perteneciente a la serie llamada Nosotros mismos. Después llegarían Rituales sonoros Candombe, Japón a través de los mares, Tierra sin mal, 1420, la aventura de educar, Atrás de la vía, Liniers, el trazo simple de las cosas, Tótem y Al fin del mundo. Todos paridos con la mayor libertad que ofrece el lenguaje documental.
Esa tensión entre el mundo exterior y el mundo interior de un realizador fue sabiamente resumida por el chileno Patricio Guzmán cuando describió al documentalista y su trabajo con estas palabras: «hacer un documental significa filmar la puesta en escena que está dentro de la vida, sabiendo de antemano que la realidad es otra ilusión, y que no todos los documentalistas son cazadores de eventos, sino que también pueden ser poetas que tratan de encontrar hasta las huellas más ínfimas de la gente en un tiempo y un espacio reales». De eso se trata la búsqueda de González Serra, quien a través de Miró. Las huellas del olvido, su última creación, no solo intenta iluminar algo acerca de lo que está contando, sino también hacer todo eso mientras genera sensaciones emocionales en el espectador.
En 2010 un grupo de arqueólogos de la Universidad de Buenos Aires dio con las tapadas ruinas de ese pequeño pueblo llamado Mariano Miró, en el norte pampeano, de cuya vida breve -de 1901 a 1911-, casi nada sobrevivió de él en la memoria de los pobladores de la zona. En la soledad del campo donde sólo se erige una estación de tren un buen día alumnos de la Escuela Rural N° 65 hallaron distintos elementos que daban cuenta de vida urbana. Fue entonces como la Subsecretaría de Cultura tomó partido y convocó al citado equipo de arqueólogos. Las familias que se marcharon hace más de un siglo de ese sitio terminarían fundando Alta Italia y Aguas Buenas, hoy Hilario Lagos. Recluido al ostracismo de la memoria tras padecer ese abrupto final, González Serra se encargó de indagar, de rescatar historias. Tal como sostiene Gilles Deleuze, la memoria consiste en estar dentro del acontecimiento, en no salir de él, en remontarlo desde dentro. La memoria así entendida es una memoria de varios, una “memoria mundo”.
El film tendrá su premiere mundial en ocasión de la 20° edición del BAFICI (Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente), que reúne a directores emergentes de la escena nacional con otros consagrados de otras partes del mundo. Miró. Las huellas del olvido se proyectará en tres ocasiones: la primera el martes 17 de abril en la sala 17 del Cine Village Recoleta (20:30 horas), y luego irá los días viernes 20 (20:40) y domingo 22 (18:30), en las salas 7 y 9, respectivamente, del citado cine. El estreno oficial se producirá el 7 de junio. «Siempre me gana mucho la ansiedad cada vez que concluyo con un trabajo y me pregunto qué lectura podrá hacer la gente, cómo la verá el público pampeano. No es una película histórica ni de investigación, es una película sobre la reconstrucción de la memoria y del vacío mismo, esas cosas de las cuales quedan muy pocas huellas y que están pulsando para poder salir a la superficie como justamente esos fragmentos que se encontraron bajo los cultivos de soja y de maíz», contó la realizadora pampeana durante la extensa charla con El Lobo Estepario.
– El acercamiento al lugar, las voces, las alternativas que fueron ganando espacio durante un trabajo que se extendió a lo largo de un par de años ¿qué sensaciones emanan hoy con la película terminada?
– Es una pulsión por traer a la luz aquello que quedó oculto durante 120 años y por una u otra razón muy poca gente recuerda. Se filmó íntegramente en el norte pampeano y los pueblos que aparecen son principalmente aquellos dos que se fundaron tras el abandono de Miró que son Aguas Buenas, hoy Coronel Hilario Lagos y Alta Italia, y a su vez hay escenas filmadas en Sarah, Van Praet, Embajador Martini y Parera. Espero no decepcionar, quien vaya a verla se encontrará no con datos ni fechas históricas sino con un montón de experiencias personales recorriendo un espacio que parece estar vacío pero está lleno de presencias y de pequeños recuerdos que van surgiendo. El rodaje terminó en enero de 2017 y durante todo ese año trabajé en el montaje de la película junto a María Astrauskas, muy reconocida por la colaboración en las películas Las acacias e Invisible, de Pablo Giorgelli. Luego se hizo la postproducción, todo lo que tiene que ver con el color y algunas estabilizaciones de imagen. La película es una coproducción con Máchica Films de Quito (Ecuador), donde estuvimos hace poco tiempo para concluir con el sonido del film, con todo lo creado por ese talentoso llamado Juan José Luzuriaga. Quiero destacar también la importante participación de Pablo Parra, quien fue el Director de fotografía y estuvo a cargo de una cámara Alexa, un lujo poder contar con eso gracias a la colaboración de HD Argentina que nos permitió utilizar ese equipamiento muy costoso.
– ¿De qué manera se produjo la búsqueda de la mejor concepción estética, de ese aspecto visual final?
– El trabajo con María fue muy intenso, buscar bien la forma a esta película que a diferencia de otras donde había una progresión narrativa, porque la vida misma lo es. El hecho de hacer una película sobre un lugar que ya no existe, donde prácticamente no hay ningún elemento visual o personas que puedan contar, que hayan transitado esa experiencia, hizo que fuera un film mucho más basado en las relaciones que cada una de las personas establecen con ese lugar particular. Cómo reconstruir ese vacío, ese pasado inasible, cómo poder llegar a él, a todo lo que tiene de atávica esta historia, de conexión con los primeros que llegaron y sus momentos no quedaron escritos, es más, fueron olvidados. Es una especie de reconstrucción de la memoria, desde la persona que hoy día le toca cuidar ese campo y tener ahí algunos animales, pasando por los chicos que redescubrieron ese sitio, o aquellas pocas personas que tuvieron un antepasado que vivió en Miró.
– En el transcurso de la filmación fallecieron dos personas que fueron aportes esenciales para elaborar la historia ¿de qué forma repercutieron en vos?
– La muerte de don Ramón Campagno me entristeció muchísimo, me había hecho muy compinche de él, un ser que era tan joven en su espíritu que uno creía que la muerte era algo que no le iba a suceder en los próximos 20 años. Fue maravilloso poder filmar con una persona muy sabia, no solo por formación o conocimiento, sino a nivel humano, filosófico. Un ser muy especial que fue un eje en la escritura del film más allá de tener una escena muy particular. Todo lo que la película cuenta tiene su espíritu y la verdad que no podía entender su muerte, repito, fue un golpe doloroso por la expectativa que Ramón tenía de ver la película terminada. Me pasó algo también especial con Julio Peppino a quien contacté gracias a un dato del historiador Neldo Giorgi. Julio, un ser maravilloso que estaba viviendo en Esperanza, Santa Fe, y que había vuelto a Miró cuando el pueblo ya había desaparecido, alrededor de los años 40, pero cuando en la superficie aún quedaban algunos vestigios del pueblo. Grabamos la charla telefónica, le había prometido que lo visitaría para tener ese encuentro personal y cuando estaba por viajar, recibo la noticia que había fallecido. Las sensaciones que me quedan refieren a que es impresionante como la gente tiene ganas de hablar de sus propias historias, te agradecen mucho que uno le ponga la oreja. Es como que no todo queda en el olvido, eso es lo más lindo que me llevo de esta experiencia, de haber podido rescatar tantas historias que inevitablemente se iban con Ramón o con Julio, pero que por suerte quedaron registradas. La película toma solo un pedacito de ellas, pero queda todo ese material para poder seguir trabajándolo a futuro. Y los dos van a seguir viviendo a través de Miró…(emoción)
– A la hora de solventar gastos de un proyecto cinematográfico surgen lógicos contratiempos que pueden postergar o vencer sueños ¿cómo fue en este caso?
– La película ganó el apoyo del INCAA (Instituto Nacional de Cine y de Artes Audiovisuales) por lo cual tenemos el compromiso de llevar mucha gente al cine, esperemos que se pueda. Ganó en dos programas de Ibermedia, uno al Desarrollo de proyectos en 2015 y al año siguiente de Apoyo a la coproducción, y el año pasado ganó la convocatoria Mecenazgo Cultural de la Ciudad de Buenos Aires, que no es en dinero, sino que brinda la posibilidad de que quienes pagan Ingresos Brutos, puedan derivar ese monto directamente a la financiación de un proyecto así. Quien lo hace se convierte en Mecenas de un proyecto cultural, sin aportar más que su propio impuesto. Felices por el apoyo con todo lo complicado que es. La película tendrá subtítulos en inglés y en español debido a que ciertos modismos de nuestra tierra son difíciles de comprender, por ejemplo, para un ecuatoriano o un colombiano, y como queremos abarcar toda América Latina, España y otros países de Europa, se tomó esa decisión.
– ¿Cómo es el presente del cine documental en Argentina?
– Muestra muchos proyectos, no todos son de un alto valor, creo que todavía hay como una búsqueda en la separación de estilos entre los documentales de TV y de cine. El INCAA obviamente cumple la función de apoyar proyectos cinematográficos, para la TV es otro el modo de pensar y escribir una película, como que eso todavía cuesta un poco a la hora de leer proyectos. En Argentina la única financiación posible es por parte del Instituto, por lo que cuando este no funciona son muy pocos los fondos a los que uno puede recurrir, es difícil conseguirlos, cada vez hay más participación y competencia, los proyectos aumentan, lo que lleva también a que cada vez la calidad sea superior. El INCAA hoy está complicado, se frenó la posibilidad da dar créditos hasta el 2019 aunque el documental tiene una vía especial y diferente al sistema de crédito de la Ley de Cine, que es a través de la designación de subsidios a lo que se llama vía digital. De hecho el INCAA justamente me convocó para integrar el Comité de Evaluación de proyectos documentales, donde están todos los formatos. Hay 40 proyectos que son evaluados para ver cuales serán financiados. Es una actividad muy democrática, los comités están integrados por representantes de las asociaciones de documentalistas, es decir por realizadores y productores, y también por realizadores que provengan de las provincias.
– Estuviste junto a la canadiense Carole Laganiere en la postproducción de Los adioses y venís de hacer la fotografía en el primer documental de María Victoria Menis llamado Mi hist(e)ria en el cine ¿cómo es trabajar con otros directores?
– En relación a mi participación en el trabajo de María Victoria resultó una experiencia maravillosa para mí, en general soy tan exigente conmigo misma que no logro relajarme en mis propios films, es más una suerte de sufrimiento o padecimiento para quienes hacemos documentales al tener que cumplir con varios roles al mismo tiempo, hacer que todos esos hilos funcionen y no se mezclen, no se enreden. Lo tomo siempre como una exigencia muy alta, por lo que trabajar en el film de una colega a quien admiro profundamente resultó un placer enorme y a la vez lo pude disfrutar. Todo surgió de una conversación que tuvimos, incluso aparezco en algunas escenas, y después el privilegio de que me eligiera como directora de fotografía y de cámara. Fue como un experimento, un modo de filmar completamente diferente al que yo tengo, soy muy contemplativa y trato de plasmar atmósferas, emociones, y el cine de María Victoria es más diálogo, risas, acción…de reírse de ella misma. Me encanta trabajar en proyectos de otros y después de Miró necesitaría refrescar mi cabeza antes de entrar en proyectos nuevos, por lo que son bienvenidas las propuestas.