«¿Y si reaparecemos en un fosfato, en un brote, en el haz de un prisma?»

Sobre el asunto muerte; querido Estrada, yo creo que lo que pasa es que usted y yo estamos colocados en dos puntos de vista: usted en la plena madurez-juventud de la vida, y yo en la madurez-declinación de la misma. Naturalmente, usted mira con desconfianza un hecho que para usted es aún prematuro. Yo no, y de aquí mi conformidad y hasta —¿qué quiere?— curiosidad un poco romántica por el fantástico viaje.
…Hablemos ahora de la muerte. Yo fui o me sentía creador en mi juventud y madurez, al punto de temer la muerte, exclusivamente, si prematura. Quería hacer mi obra, los afectos de familia no pasaban la cuarta parte de aquella ansia. Sabía y sé que para el porvenir de una mujer o una criatura, la existencia del marido o padre no es indispensable. No hay quien no salga del paso, si su destino es ése. El único que no sale del paso es el creador, cuando la muerte lo siega verde. Cuando consideré que había cumplido mi obra —es decir que había dado ya de mí todo lo más fuerte— comencé a ver la muerte de otro modo. Algunos dolores, inquietudes, desengaños, acentuaron esa visión. Y hoy no temo a la muerte, amigo, porque ella significa descanso. That is the question. Esperanza de olvidar dolores, aplacar ingratitudes, purificar de desengaños. Borrar las heces de la vida, ya demasiado vivida, infantilizarse de nuevo; más todavía: retornar al no ser primitivo, antes de la gestación y de toda existencia: todo esto es lo que nos ofrece la muerte con su descanso sin pesadillas. ¿Y si reaparecemos en un fosfato, en un brote, en el haz de un prisma? Tanto mejor, entonces. Pero el asunto capital es la certeza, la seguridad incontrastable de que hay un talismán para el mucho vivir o el mucho sufrir o la constante desesperanza. Y él es el infinitamente dulce descanso del sueño a que llamamos muerte. Yo siempre sentí (creo que desde muy pequeño) que la mayor tortura que se puede infligir a un ser humano es el vivir eternamente, sin tregua ni descanso –Ashaverus—. ¿Se da cuenta usted de un sobrevivir de mil años, con las mezquindades de sus jefes, de sus amigos a cuestas? ¡Ah, no! La esperanza de vivir para un joven árbol es de idéntica esencia a su espera del morir cuando ya dé sus frutos. Ambos son radios diametrales de la misma esfera.
Ya me iba desorbitando un poco. Pero total: día más, día menos, usted también llegará a considerar como un refugio que nadie nos puede escamotear, ese rinconcito de olvido y paz.

Horacio Quiroga

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