«Yo me tuteo con el Louvre, entro por él con el aire del que vuelve a su casa»

París, abril 1953.

Querido Eduardo:

Mi yo nocturno se venga duramente de las inteligentes decisiones que tomo de día. Está de más que te agregue todo lo que siento no ver a mis amigos. Tu casa, los chicos, María, tu pintura, toda esa amistad que ya no necesita de palabras para ser irrevocable. Pienso en Castagnino, en Baudi, en gentes tan fieles y tan buenas. Pero (así soy, qué quieres) no se me ocurre lamentar en absoluto el camino que tomo. Son las consecuencias, las rebabas, que me duelen. Sé que lo que hago es lo único que me cabía hacer. Etcétera, etcétera, y basta de rascarse las picazones. Estoy muy bien de salud, y trabajando fuerte. Liquidada la sección egipcia de Louvre, la emprendo con súmeros, acadios y los horrendos asirios. La sala de Gudea me fascina. Empieza el frío, los museos asumen un aire confidencial y acogedor, y además qué delicia nace de toda familiaridad. Yo me tuteo con el Louvre, entro por él con el aire del que vuelve a su casa, y hasta el hecho de no paga ayuda a sentirse at home. En las galerías de París vuelve la gran pintura. Vieira da Silva me gusta. Y Zao Wu Ki. Y Piaubert, un abstracto. Un muchacho médico que se vuelve a la Argentina me ha vendido su Vespa por una suma ridícula. Tengo mi carte gris y empiezo a moverme en París. Te imaginas que cuando la domine, podré aprovechar los fines de semana para conocer l’Île-de France palmo a palmo. Planeo ya viajes cortos de entrenamiento: Versailles, Fontainebleau, mi dulce Provins, Etampes, Reims, Rouen…

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Autor

Raúl Bertone