Martes. Esta mañana volví a soñar contigo. Estábamos sentados uno junto al otro y tú me rechazabas, sin enojo, con toda amabilidad. Yo me sentía muy desdichado. No por el rechazo, sino por mí, que te estaba tratando como a una mujer muda y no escuchaba la voz que salía de ti y se estaba dirigiendo a mí. Quizá la haya oído; pero no había podido responderle. Eso me recuerda algo que leí en algún lado: «Mi amada es una columna de fuego que se mueve sobre la tierra. ahora me tiene abrazado. Empero, ella no arrastra a quienes abraza, sino a quienes la ven». Tuyo (ahora he perdido hasta el nombre; se fue abreviando cada vez más y ahora sólo es: Tuyo).
Miércoles: Las dos cartas llegaron juntas, a mediodía; no son para leerlas sino para desplegarlas, hundir el rostro en ellas y perder la razón. Pero ocurre que es bueno haberla perdido ya en cierta medida, pues uno se ve obligado a conservar el resto durante el mayor tiempo posible. Y por eso mis 38 años judíos, enfrentados a los 24 años cristianos de la señora, dicen lo siguiente: ¿Cómo podría ser? ¿Y dónde están las leyes que gobiernan al mundo y toda la policía del cielo? Tienes 38 años y un cansancio que probablemente no llega con la edad. O, mejor dicho, no estás nada cansado; estás inquieto, temes dar un solo paso sobre esta Tierra colmada de trampas, por eso tienes siempre ambos pies en el aire al mismo tiempo: no estás cansado, sino que temes el enorme cansancio que seguirá a esta enorme inquietud (porque eres judío y sabes lo que significa el miedo). (…) te has convertido en un inválido, uno de esos que echan a temblar no bien ven una pistola de juguete. Y ahora, ahora de pronto, te sientes como si estuvieras llamado a librar la gran batalla para redimir al mundo. Es algo muy curioso ¿no? (…) te llama Milena con una voz que penetra en tu razón y en tu corazón con igual intensidad. Por supuesto, Milena no te conoce, un par de cuentos y cartas la han deslumbrado. Ella es como el mar, fuerte como el mar con sus masas de agua. También el mar se equivoca al caer con todas sus fuerzas cuando se lo ordena la muerta y, sobre todo, distante luna. Ella no te conoce y quizá sólo intuya la verdad, cuando te llama. Puedes estar seguro de que tu presencia real ya no la deslumbrará. No acudirás al fin, alma vulnerable, porque eso es, precisamente, lo que temes ¿verdad? (…) quisiera añadir algo: si hacia el final de estas dos semanas usted sigue deseando, con tanta firmeza como el viernes, que yo vaya, entonces iré.
Suyo, F.