Los elegidos de Gabriela López (escultora)

Un libro: Cuentos del monte y de la chacra, de José Escol Prado.

Me resulta difícil elegir un libro, pero pienso en mi trabajo y elijo este en particular, o al menos un relato que ha sido significativo en el último tiempo. No dedico mucho tiempo a la lectura, pero sí tengo amigas con quienes comparto intereses, entonces me llegan libros o fragmentos variados. Leo lo que me recomiendan quienes me conocen o lo que cruzo casualmente en alguna ocasión, y llama mi atención. No estoy atenta a lo que sale, suelo volver a leer el mismo libro varias veces, y lo hago de manera muy desordenada. Estudié en el viejo Instituto de Bellas Artes de General Pico, y en la puerta de la sala de dibujo había colgada una vieja foto junto a un cartel de madera con un nombre: José Prado. En todos esos años nunca me pregunté quién era, aunque lo recuerdo perfectamente. El año pasado me llegó, como disparador para un trabajo en conjunto con Bibiana Tittarelli, un cuento de Prado llamado El vestido de novia. Imaginé la historia de mil mujeres, y me conmovió saber que quien había podido describirla con amable naturalidad, era un hombre, ese hombre cuyo nombre había visto tantas veces colgado en la sala de dibujo. De ese relato me queda la amargura de saber que, durante tantos años, las niñas y mujeres han sido y siguen siendo desvalorizadas, hasta el punto de pensar que su propia libertad vale menos que un vestido.

Fragmento

Una película: La forma del agua, de Guillermo del Toro.

No le dedico mucho tiempo al cine ni a las series, casi nada, y no recuerdo cuando fue que vi la última película. Sí recuerdo esta en particular, por sus imágenes y por sus silencios, más que por la trama. La recuerdo como una bella película para los sentidos.

Un disco: La piedra que acaricia la piedra, de Juan Ignacio De Pian.

Musicalmente me siento analfabeta, todos se ríen cuando digo esto, pero es verdad. Los lenguajes se enseñan y yo no he tenido esa suerte, entonces, no he desarrollado un gusto particular por la música, y mucho menos la capacidad de distinguir a la buena música de la otra. No pudiendo disfrutarla desde el conocimiento, solo me queda esperar que de vez en cuando, alguien me emocione, y ahí sí entra en mi espectro musical desde la emoción, desde la curiosidad que te produce aquello que no entiendes y que aún así te cambia el pulso. Si bien Juani De Pian lleva muchos años haciendo música, recién lo descubrí hace unos meses a través de este disco, y pasé a escuchar toda su obra junta. Su trabajo me resulta tan particular como inevitable, encuentra belleza en lugares que me resultan familiares. Creo que tiene un “decir” tan propio que es de todos. Me parece que quienes buscan profunda y honestamente su identidad, a veces consiguen, de alguna manera, ponernos un espejo adelante en el que podemos vernos iluminados por su belleza.

Una obra de arte: Balzac, de Auguste Rodin.

Elegir una obra de arte es muy difícil. Las hay hermosas, importantes, conmovedoras. Elegir una obra es elegir qué contar, hay tantas que elegiría y por los más diversos motivos. Rodin es uno de mis escultores favoritos, aunque reconozco que hay muchos mejores que él. Sin embargo, es de los más conmovedores. Rodin me deja más preguntas que respuestas a través de su obra. Preguntarme qué buscaba, siento que buscaba algo con desesperación. Me conmueven sus obras inconclusas, sus bocetos, sus infinitos bocetos de un mismo tema. El rastro de sus manos en el barro, las desprolijidades, las distorsiones. Elijo su Balzac por eso, pasé varios años preguntándome qué lo llevó a representarlo de infinitas maneras; hay obras de barro, de trapo, de bronce. Infinidad. A simple vista es una obra muy distinta a las demás. Esa búsqueda que lo llevaba a lugares tan distintos. Me pregunto si se sentía libre o preso de una búsqueda infinita. Hace poco leí algo muy bello que Rodin escribió sobre esta obra; decía que Honoré de Balzac era un genio en un cuerpo pequeño, muy poco agraciado. Que no quería hacerle un monumento al hombre, quería representar el hombre monumental que era.

Compartir

Autor

Raúl Bertone