Mi querida y reverenciada Clara:
Hay personas que odian la belleza y sostienen que los cisnes son en realidad gansos de una clase más grande; así se podría decir con igual justificación que la distancia es sólo un primer plano que se ha alejado. Y así parece ser, porque hablo contigo a diario (sí, incluso en voz más baja de lo que lo hago habitualmente), y aun así sé que me comprendes. Al principio tenía diversos planes sobre nuestra correspondencia. Quería, por ejemplo, iniciar una pública contigo en el periódico musical; después quería llenar mi balón de aire (sabes que poseo uno) con ideas para las cartas, y organizar un ascenso con el viento favorable y hacia un destino adecuado…
Quería cazar mariposas para que te llevasen las cartas. Quería enviar mis cartas primero a París, de manera que las abrieras con gran curiosidad, y entonces, más que sorprendida, me creyeras en París. En definitiva, tenía muchos sueños ingeniosos en mi cabeza, de los que hoy sólo me ha despertado el cartero. Ese cartero, mi querida Clara, ha tenido, además, en mí un efecto mágico, más que el del mejor champán. Parece que no tienes cabeza, sólo un corazón agradablemente ligero, cuando oyes tocar la trompeta –del cartero- con tanta alegría en el mundo. Para mí son verdaderos valses de anhelo, estos toques de trompeta, que nos recuerdan algo que no poseemos. Como decía, el postillón me sacó de mis viejos sueños y me llevo a otros nuevos…
Leipzig, 1834